El año de 1988 será recordado como el “año de la bulla cardenista”. Cuauhtémoc Cárdenas encabezó al pueblo, se enfrentó a Carlos Salinas de Gortari en la lucha por la Presidencia de la República.
Carlos, un brillante economista, miembro de la élite política, pero tan impopular como sus estrategias económicas que golpearon el poder adquisitivo de los trabajadores. Por primera vez, se pensaba, que las fuerzas políticas a nivel nacional se dividieron por la mitad. El 8 de julio el sueño se esfumó. La presidencia de la República la ganó el que tenía que ganarla y san se acabó.
En Veracruz, luego de las elecciones presidenciales se iniciaron las campañas por la renovación de 207 alcaldías. En Tezonapa había dos novedades: Adán Lozano había designado como candidato priísta a Gudelia Reyes, una vieja empleada municipal y oradora cuando se trataba de hablar de la sacrificada “mujer campesina”, pero ante todo, formaba parte de su equipo de incondicionales.
Por otra parte, el Partido Mexicano Socialista (PMS) registraba a Inocencio Romero Juárez como candidato a la Presidencia Municipal de Tezonapa. Por primera vez en la historia política de Tezonapa alguien se atrevía a disputarle el control del gobierno al partido en el poder, y a la familia Lozano.
De tan ordinario que era Inocencio, se convirtió en candidato de todos. Lo recuerdo abrazando su guitarra, tratando de sacarle más emoción a cada sonido. Una noche llegaron hasta su domicilio en Motzorongo un grupo de amigos que los unía entre otras cosas, haber nacido o crecido en la colonia El Silbato, antiguo fundo legal del pueblo y actualmente barrio marginado de Tezonapa, también haber sido hijos de tezoatecos, tonaltecos y otros “ecos” oaxaqueños, quienes fundaron y gobernaron Tezonapa. Se consideraban izquierdistas hasta marxistas leninistas, cada quien había abrazado esta ideología por diferentes medios. Unos leyendo “Marx para principiantes”, del dibujante Rius; otros recibiendo entrenamiento ideológico en los años 70’s por un enviado del partido de los pobres del guerrillero Lucio Cabañas, que luego de dos o tres sesiones, desapareció sin dejar rastro. Otros leyendo aquí y allá literatura soviética o china forrada de rojo. Pero en general eran jóvenes soñadores que creían que a la sociedad se le puede moldear como el barro.
Ahí, alrededor del rústico comedor de Inocencio, estaban Tomás Pérez Dublan, Juan Thiel García, Jaime Aguilar Blanco, Fidel López Gallardo, Valentía Espinoza Thíel. Coincidían todos en crear -en serio-, el comité de base del PMS con objeto de participar en las elecciones municipales, presentar un candidato y trabajar duro para ganar las elecciones. Se propusieron pues, la toma del poder a través del voto. Jaime Aguilar opinó trabajar en forma clandestina, pero la mayoría se opuso, argumentaron que eran otros tiempos, otras las circunstancias, a las de aquellos militantes del Partido Comunista Mexicano que eran perseguidos por sus ideas. El gobierno federal comenzó a abrir espacios democráticos después del movimiento estudiantil de 1968.
Cuando el gobierno de Luis Echeverría Álvarez, se inician reformas tendientes a evitar estallidos sociales que deriven en una guerra civil. En 1975, el Partido Comunista Mexicano decide dejar su política abstencionista y participar en las elecciones por la Presidencia de la República; -sin registro-, Valentín Campa Salazar fue el candidato comunista, que por primera vez salió a la calle en busca del voto ciudadano. 18 mil asistentes al cierre de su campaña cantaron el himno nacional, y las banderas rojas ondearon cuando se entonó la internacional. Se calculó que Valentín obtuvo un millón de votos. En diciembre de 1977 -se aprueba la Ley de Organizaciones Políticas y 1 Procesos Electorales (LOPPE), creando un sistema mixto de representación proporcional. Se crea la modalidad de registro condicionado, a la obtención de cuando menos el 1.5 por ciento de la votación total. Al siguiente año obtienen su registro condicionado el Partido Demócrata Mexicano, el Comunista Mexicano y el Partido Socialista de los Trabajadores. Cuando en Tezonapa decidieron participar políticamente, la oposición en otras partes del país llevaban diez años de actividades multipartidistas. Candidatos con siglas de diferentes partidos, contendían por alcanzar un puesto público de elección popular, que terminaba siempre en denuncia de fraude electoral.
En Tezonapa el principal temor era la reacción de Adán Lozano. Opinaron que antes de todo, Adán era inteligente y no era lo mismo mandar a matar a un hijo vecino, que a un militante de un partido con compañeros en la Cámara de Diputados y periodistas en diversos diarios de circulación nacional. Además la presencia de Fernando Gutiérrez Barrios como Gobernador en Veracruz era una garantía de que cuando menos les iban a permitir participar sin represión. Inocencio concluyó con respeto a Adán Lozano: “A ese gallo también lo vamos a invitar a que se afilie al PMS”. Era cierto, su campaña se basaba en dar a conocer los principios y el programa del partido, no retomar revanchismos de una historia de violencia a la que eran ajenos la mayoría de los ahí presentes. No tenían ningún muerto que vengar, consideraba simplemente que ya era tiempo de presentar una opción política distinta a la que en ese momento conocían los tezonapeños.
Meses antes de las reuniones en casa de Inocencio Romero, había llegado Fidel López Gallardo, dirigente del PMS en Córdoba, pero originario de Tezonapa; detuvo su automóvil sobre la misma loma, desde donde Pablo Bertschinger observó los ranchos de Las Josefinas y Santa Fé, y mediante un altoparlante comenzó a vocear -como lo hacen los vendedores de purgantes milagrosos-, el PMS era la salvación de México, Veracruz y Tezonapa. Ese mismo día con el carácter impulsivo y autoritario que les es característico, formó el comité municipal del PMS, y luego le informó a Hipólito Solano, un líder de los cafeticultores, que era candidato a diputado federal por ese distrito. A Fidel lo llevaron a las reuniones pero ya nunca pudo imponer nada. Cuando Inocencio se convirtió en candidato fue rodeado cada día de más y más adeptos. La semilla había florecido en campo virgen. Yo había encontrado entre mis libros un viejo cassette del grupo folclórico Inti Ilimani, que traía un himno de unidad: “Pueblos unidos jamás serán vencidos”. A Chencho le gustó tanto, que lo llevó a todos sus mítines y la gente lo rodeaba, lo escuchaba, le aplaudía sus discursos sencillos pero llenos de promesas de honestidad y trabajo.
La candidata por el PRI, se esforzaba con discursos demagógicos que a nadie convencían. Su campaña se fue haciendo cada vez mas sombría. Sus mítines más concurridos fueron los de los obreros de los ingenios Constancia y Central Motzorongo; los azucareros fueron citados a una “asamblea” donde la única orden del día era escuchar y aplaudir a la candidata del PRI.
Para el día 10 de septiembre, Inocencio ya llevaba recorridas 26 congregaciones con éxito que nadie esperaba, solo en tres comunidades no fue recibido. El agente municipal y comisariado ejidal congregaron a todos los habitantes en el salón ejidal, para evitar que escucharan al candidato cardenista que les iba a dirigir un mensaje en el claro del poblado. Ese 10 de septiembre el programa de campaña llegó a Rancho Nuevo, Almilinga y Tilica. En cada lugar hombres, mujeres y niños lo rodearon, le ofrecieron su voto. Inocencio Romero no tenía nada de extraordinario, era un hombre retirado del ingenio Motzorongo, había ocupado una cartera dentro del sindicato cromista, y participaba en cuanto patronato le era posible para gestionar servicios urbanos a su comunidad. Tenía un pequeño librero ocupado por volúmenes de poesía de autores como Antonio Plaza, Amado Nervo, Pablo Neruda y otros. Libros ilustrados con “muñequitos” de Rius; literatura dogmática del marxismo, la Constitución Política y una botella de buen ron. Sobre un escritorio -de medio uso- que recién había comprado, tenía una maquinita de escribir, donde redactaba algunos de sus discursos y “análisis de la realidad mexicana”. Diez años atrás, el ingeniero Luis Magaña Cuéllar lo había iniciado en la ideología socialista y formaron un club al que llamaron “Chimalli” donde se combinaba la intención de rescatar la identidad prehispánica, conocer los fundamentos del socialismo científico, y teología de la liberación. En este club participó un sacerdote que al ser amenazado tuvo que huir. Los demás integrantes se disgregaron, pero la inquietud nunca se apagó en Inocencio, renació con más fuerza cuando ese grupo de jóvenes fue a visitarlo a su casa para pedirle que encabezara un movimiento político en busca de la Presidencia Municipal.
Inocencio nunca tuvo miedo. Cuando trataban de prevenirlo, repetía frases que alguna vez dijo Castro Ruz o el Ché Guevara “…más vale morir de pie que vivir de rodillas”. Los fines de semana eran de campaña. Entre semana se iba a vender pollo y verduras, acarrear pastura para sus borregos, conejos y gallinas. Su esposa e hijos atendían un pequeño changarrito de abarrotes y en las tardes les sobraba tiempo para enseñar a tocar guitarra a algunos muchachos obreros y entre cada lección se los terapiaba, artísticamente y políticamente, “…cuando pierdas la sensación de las cuerdas, entonces ya empezaste a tocar con el corazón, la música es el verbo y las palabras el complemento”. Y se arrancaba el Chencho, parecía que cantaba para sí mismo, mirándose para adentro. Terminaba y despertaba de esa ausencia con el ánimo vivo, “¿entonces qué, compa, me acompañas este fin de semana a la campaña?”
Ese 10 de septiembre, eran las ocho de la noche, estaba reunido con varios de sus compañeros organizando el mitin del día siguiente y no se terminaban los comentarios para describir la manera como la gente se volcó en Almilinga, Tilica y Rancho Nuevo, “la tenemos ganada…sólo robando votos nos quitan el triunfo”. En medio de tanto optimismo, interrumpió la hija menor de Inocencio. Un señor quería hablar con él, que traía unos papeles de la Comisión Estatal Electoral que debía firmar. Inocencio salio sin sospechar siquiera que lo esperaba la muerte. Aquel hombre había llegado en un taxi de Cuitláhuac. Tenía un fólder en la mano, se lo extendió al candidato que lo recibió y mientras lo abrió para conocer su contenido, aquel matón sacó una pistola que traía clavada en la cintura y le disparó a quemarropa. María Luisa Mendoza, su esposa que se encontraba en la tienda, se precipitó hacia donde se escucharon los disparos. Vio a su marido caído y al homicida, en el momento en que se daba a la fuga. Trató de detenerlo, pero el pistolero abordó el taxi y huyó a toda velocidad. La valiente actitud de la señora, le ocasionó una pequeña herida en la mano.
Los hombres mueren, mas no los ideales.
Dos balas calibre nueve milímetros, lo atravesaron de costado a costado, así acabaron con la vida, ilusiones y proyectos de un hombre poco común. El ultimátum familiar de “te vas o te quedas” esta vez no tuvo el efecto esperado, hombres y mujeres se quedaron al lado de su candidato muerto; al día siguiente cientos de ciudadanos llevaron en hombros el ataúd con los restos de Inocencio Romero Juárez para protestar de cara ante Adán Lozano Meza, Presidente Municipal y contralor único del poder en Tezonapa. Aquellas voces acostumbradas al susurro, liberaron la emoción que produce el miedo y el rencor. Hicieron uso de la libertad de expresión frente al palacio municipal, dando origen en Tezonapa a una nueva cultura política.
Cuando se abrió el ataúd por última vez, sobre la tierra húmeda del cementerio, solo se escuchó el último adiós que le hiciera su viuda María Luisa Mendoza: “Ojalá tu muerte no haya sido en vano”. Él la hubiera consolado con ese modo de ser que todos le conocimos: “Así es la vida, compañera, unos tenemos que morir para que otros nazcan”.
Referencias:
Ibáñez Hernández, Pedro. Dulce guanábana. 1ra. edición. 1994.
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